El viaje de mi vida. La increíble India.

El viaje de mi vida. La increíble India.

Podría decir que mi vida a través de los viajes comenzó un poco más tarde de lo que me habría gustado, pero a decir verdad, comenzó cuando debía comenzar. Recuerdo que hace cuatro años aún no tenía ni idea de todo lo que puede cambiar tu vida, tan solo con tomar un ticket de avión e irte a un lugar tan alejado de tu país, de tu gente, de tus raíces, de tu cultura, de tu hogar; pero tan cercano a ti.

Así fue para mí la India. Fue hasta enero de 2020, con el pretexto de celebrar mi cumpleaños número 25, que decidí salirme de mi zona de confort y buscar nuevas aventuras, maravillarme por el aroma de tierras lejanas, probar sabores sublimes. Así fue como inicié mi aventura por el que llamo para mis adentros “el viaje de mi vida”, en donde tuve la oportunidad de estar en la Increíble India, además de Turquía y los Emiratos Árabes. Pero la India es otra historia. Es un capítulo en mayúsculas y es un parteaguas para la vida. India nunca deja indiferente, te prepara para vivir. Así sin más y sin menos. Es dura, intensa, caótica, agitada, de claroscuros y contrastes, con sabor agridulce. No es para todo el mundo, definitivo, pero es una oportunidad para reconocer lo que llevamos en el interior.

Más allá de ser un viaje maravilloso, con diversidad de costumbres y de vida distintas a las que estamos familiarizados nosotros, los “occidentales”, países tan lejanos te dejan marcado para siempre. Lo que sin tinta te marca la piel. Es su gente, sus miradas profundas e intensas, místicas, con todo lo que guardan en su alma, lo que te hace ver hacia tu interior. A veces nos quejamos ante cualquier dificultad, nos sentimos ansiosos por el futuro y atormentados por el pasado, olvidamos vivir el aquí y el ahora, y solo “sobrevivimos” nuestro día a día sin imaginar que somos muy afortunados. Y no es que allá no lo sean, solamente que su vida es distinta a la nuestra.

Confieso que días antes de irme de viaje recibí un mensaje del más allá en una dinámica familiar de la cual no tenía ni la menor idea de qué se trataba. La cuestión era escoger un papelito que venía con toda la intención de que fuera una palabra que pudieras atesorar para ti, como un regalo de quienes ya no están con nosotros y la manera de hacerlos sentir presentes en tu vida, a partir de sus palabras. La palabra que enviaron para mí era “gratitud”, algo que probablemente hasta ese entonces no tenía la noción de lo que pudiera significar realmente en mi vida.

5 de enero de 2020. El día que conocí la máxima muestra de amor, el Taj Mahal. Construido por órdenes del emperador mogol en honor a su esposa favorita Mumtaz Mahal, quien murió en el parto de su decimocuarto hijo.

India me lo enseñó, en carne propia, a viva voz, la gratitud de estar ahí y poder vivirlo a través de mis ojos, la historia que comencé a vivir a partir de entonces. Hay historias que fueron escritas sin siquiera imaginarlo, y al momento de vivirlas es donde entiendes todo. Eso es apenas un poco de todo lo que implicó para mí estar allá, un cambio de ideas, una desconexión del más allá y una retrospección sin igual. Mucho trabajo interno desde entonces, tanto que pensar y reflexionar, pero lo que más guardo dentro de mí es el cariño que pude recibir a través de la gente. Gente llena de esperanza, que me pudieron maravillar a través de sus colores y texturas, de sus creencias, de todo el encanto que puede haber a miles de kilómetros y que te hace reflexionar en todo lo que dejas atrás. Dejas atrás prejuicios, miedos, ideas erróneas y abres tu mente a todo lo que con humildad puedes recibir.

A veces uno recibe tanto de donde menos lo esperas, sin siquiera sembrarlo. Un cariño eterno, infinito. Más allá de las diferencias culturales, los husos horarios, la religión o cualquier limitante habida o por haber, India sigue tatuada en mi corazón. Gracias, simplemente gracias, por enseñarme tanto y poder seguir aprendiendo años después.

Aprendí de todos esos sentimientos encontrados que pude experimentar estando por allá, entre esos olores fuertes y situaciones poco salubres, arquitectura maravillosa, tesoros inimaginables, situaciones crudas y reales, un sinfín de contrastes, entre quienes lo tenemos “todo” y quienes no tienen “nada”. Y es que se vuelve tan relativo, como el tiempo. Y es ahí donde todo cambia para ti, comienzas a agradecer desde el corazón y no a manera de educación, te vuelves receptivo y aceptas cada mensaje de Dios, cada señal.

Durante los primeros meses agradecí como nunca haber podido estar allá, haber podido reconectar conmigo misma, volver a replantearme tantas cosas, y, sobre todo, darme cuenta de que realmente estaba comenzando a vivir, a vivir de verdad.

Hay lugares en donde una parte de ti se queda para siempre, viajar te permite experimentarlo una y otra vez. Porque viajar no es escapar de donde somos, ni huir de lo que nos aqueja, es poder vivir la vida desde otra latitud, pero sintiéndonos más vivos que nunca. Es como dar un salto sin paracaídas hacia nuestros adentros, a lo más profundo que guardamos y que ni siquiera nosotros éramos capaces de reconocer.

Una parte de mí se quedó allá, en esas fotografías que me pidieron en el Taj Mahal, donde confieso que me sentí princesa al ser tan “aclamada” por ser diferente. Pero lo que más me enriqueció y me sigue alimentando, es la paz que pude sentir en medio de todo ese caos, de esas risas infinitas, de la comida tan condimentada y picante, de las horas y horas de carretera en medio de la niebla y la contaminación, de las infinitas posibilidades de vivir, de sus creencias increíbles para mí, de su fe y esperanza. Del cariño que traspasa fronteras, porque el cariño real llega para quedarse siempre. Gracias India por hacerme vivir, por inspirarme, motivarme y siempre sorprenderme.

Queda mucho trabajo interno por hacer, muchas preguntas e inquietudes, pero sin duda, la India marca un antes y un después para tu vida. Tú verás desde que punto de vista. O la amas o la odias, yo la amé. Y la seguiré amando hasta el último latido de mi corazón.

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